jueves, 31 de enero de 2013

Creciendo, poco a poco

Hola hijo. Esta es la tercera carta que te escribo en un solo día. La verdad es que, en el momento en que me decidí a iniciar este proyecto, no pensé que los recuerdos llegaran a cientos en tan poco tiempo. Me faltan manos y minutos para escribir y escribir.

Recuerdo cuando llegó el momento en que debías de ir a la guardería. Tu "Ela" te cuidaba en su casa y, cuando le dijimos que entrarías a la misma guardería de tus hermanas, puso el grito en el cielo. No quería que te fueras a ese lugar, no tan pequeño. Nosotros, por una parte lo hacíamos porque sentíamos que necesitabas socializar más, te veíamos un poco introvertido, casi no hablabas y todo lo pedías con señas. Mucha gente nos decía que "te teníamos muy apapachado" por ser el único varoncito.

Total que, de buenas a primeras llegó el día en que te tenías que ir. Recuerdo que tu mamá te vistió muy guapo para la ocasión y, por la hora que era, te llevé yo. Llegamos a la guardería del ISSSTEZAC y pasamos a lo que sería tu primer salón en tu vida. Mi corazón experimentaba dos sensaciones distintas al mismo tiempo. Por una parte sentía mucho orgullo al verte ahí, llevando en tu espalda tu pequeña mochila, y por otro lado sentía un dolor indescriptible.

Lamentablemente esa experiencia no fue del todo satisfactoria. Es cierto lo que dicen: lo que a algunos les funciona a otros no. A tus hermanas, el ir a la guardería fue una experiencia muy buena y enriquecedora. En tu caso fue todo lo contrario. Ahora, mirando al pasado y sabiendo lo que sé, me doy cuenta de que fue una mala idea. Esa experiencia tan traumatizante aceleró la aparición de "tu problema". Las maestras, dicho sea de paso, tampoco ayudaron mucho a ello. Te exigían que te comportaras como un niño de tu edad, sin saber (ni nosotros) que tu inmadurez cerebral estaba ahí, latente, y que sólo necesitaba un empujoncito para declararse.

Fueron días muy difíciles, hijo. Tu llorabas, te escondías abajo de las mesas, llamaban a tu mamá o a mí al trabajo, nos daban quejas, etc. Y nosotros no comprendíamos que pasaba. Todo en tu exterior nos decía que eras un niño como cualquier otro. ¡Que hubiera dado yo por poderme meter en tu cabecita cinco segundos y ver el mundo como tú lo veías! Finalmente, y por todo esto, decidimos sacarte de esa escuela y matricularte en otra. Mientras tanto, fueron visitas y visitas y visitas con doctores, psicólogos, neurólogos, terapéutas, etc. Y nadie, nadie, le atinaba.

Así fuiste creciendo hijo, y con el paso del tiempo ganaste estatura, y al mismo tiempo que tu cuerpecito crecía, nuestros temores y frustraciones también lo hacían. Tu mamá te llevó a ver doctores cada vez que se presentaba un "síntoma" nuevo. A veces yo mismo me enojaba porque sentía que eso estaba de más, pero luego me enojaba conmigo mismo, porque sentía que no estaba dando todo por tí. Mientras, tu habla era poca, tus emociones, incontrolables.

Te enojabas con facilidad, te golpeabas contra las cosas. En mi interior empezó a sonar una palabra: "AUTISMO". Tus síntomas los reconocía fácilmente, pero me negaba a aceptarlo. "Mi hijo NO es autista. Mi hijo es NORMAL", recuerdo que me repetía una y otra vez. A veces te llegaban tus ataques de sentimiento y llorabas, y llorabas, y te golpeabas con las cosas. Y cuando eso pasaba, mi corazón y mis ojos lloraban contigo. Te abrazaba y te acunaba para calmarte. Te cantaba aquella canción de Guanajuato que dice "las calles están mojadas, y parece que llovió" mientras te abrazaba, y tu llorabas conmigo. Tu mamá no sabía que hacer, ni yo. Simplemente hacíamos lo que sentíamos que era lo correcto, porque NO sabíamos que pasaba en tu interior.

¿Cuantas veces sucedió esto, hijo? Muchas, muchas más de las que quisiera recordar. Pero sucedieron.

A veces era tanta mi desesperación de no saber que te ocurría, que desquitaba mi coraje contigo, gritándote. Pensando que así, te sacaría de ese momento, pero solo empeoraba las cosas, y al rato yo era el que se quedaba en un rincón, maldiciéndome por haberte gritado.

Tu crecimiento ha sido un proceso lento y doloroso para todos, hijo. Pero doloroso porque no hemos sabido (hasta hace poco) a entenderte. Quiero que me perdones por todas esas veces que te grité en mi desesperación. He tratado de ser el mejor padre del mundo para tí, hijito, pero nadie me enseñó a serlo.

Zacatecas, Zac. a 31 de enero de 2013

Tu papá.

¿Qué significa tenerte conmigo?

Hola hijo. Hay tantas cosas que quiero escribir que me da la impresión de que en un solo día quiero llenar ese hueco que he dejado por años sobre tu vida. Hay tantos y tantos recuerdos que necesito ordenar, para no escribir sin ton ni son. Y mientras hago eso, quiero platicarte qué significa para mí el que estés conmigo.

Cada día a tu lado, hijo mío, es un bálsamo ante mi sentir. Hay días en que me siento tan cansado de tantas y tantas cosas, pero al verte sonreir, cuando me haces alguna broma, incluso cuando me mientes, me llenas las pilas de nuevo. Ver tus avances y compartir tus triunfos son motivo de felicidad para este hombre, tu padre.

Tu llegada significó una gran responsabilidad. Es cierto que ya habían llegado tus hermanas Leonor y Cristina antes que tu, y que cada una de ellas significa una responsabilidad en sí mismo. Sin embargo y para no crear especulaciones, la manera de criar a dos mujercitas y de educarlas es muy diferente a cómo criar y educar a un hombrecito.

No te lo niego, a veces me da miedo. Siento miedo ante la incertidumbre de saber si hago o no lo correcto en como guiarte. Trato de hacer lo mejor, hijo mío. Tenme paciencia. A veces no se como hacerlo, o como dirigirme a ti. Se que a veces no te escucho, porque simplemente mi cerebro no alcanza a comprender lo que quieres decirme, y en esos casos ejerzo el derecho sobre la razón. Te pido me perdones si en algunas ocasiones he hecho esto. Es culpa de la inexperiencia como padre. Ojalá nos entregaran a los bebés con un manual de instrucciones, con diagramas con palitos y bolitas para poder entenderlos. Y más en aquellos niños como tu, hijo mío. Niños especiales, índigos, cristal, etc.

Cada día es una nueva aventura. Cada momento es un nuevo conocimiento. Tenerte a mi lado es una de las alegrías más grandes que me ha dado la vida. Verte crecer es uno de los placeres más grandes que he tenido la dicha de disfrutar.

Tenerte a mi lado, hijo mío, también significa una gran preocupación. ¿Sabes? Sé que eres especial, y no alcanzo a comprender hasta que punto lo eres. Para mi tu situación no es una discapacidad, ni un problema. Pero mi misma ignorancia a veces hace que maximice esa situación. A veces quisiera encerrarte en una burbuja y que no te preocuparas por nada. Quisiera solucionarte la vida desde ahorita. Quisiera ser eterno para cuidarte siempre. Pero no puedo hacerlo. Cada día que pasa es un día menos de vida en mí. Me frustra no poder hacer lo que quiero y que no te preocuparas por nada.

Ha habido muchas veces, hijo mío, en que cuando estás dormido, me acerco a tu lado, y simplemente me pongo a llorar en silencio. Es un reclamo silencioso, dirigido a nadie y a todos. Te veo así, dormidito, descansando, suspirando, y quiero creer tus palabras cuando me dices "No te preocupes, todo va a estar bien". ¡Ay hijo, quiero creerte! Quiero tener la fuerza necesaria para aceptarlo.

Por lo demás, hijo, tenerte a mi lado es motivo de orgullo. Te amo infinitamente y por ello, a pesar de todo, sé que juntos lucharemos, brazo a brazo, codo a codo.

En fin, hijo. No quiero entristecerte con estas líneas, solamente quiero compartir un poco lo que significa tenerte a mi lado. Gracias por elegirnos como tus padres. Te amo.

Zacatecas, Zac. a 31 de enero de 2013

Tu papá.

Carta a Rafael Netzahualcóyotl

Hola hijo mío. Tal vez te preguntes por qué hasta hoy, nueve años después de tu nacimiento, me decido a escribir estas líneas y dejarlas plasmadas para la posteridad. ¿Por qué hoy, 31 de enero de 2013, nueve años después de tu llegada hago esto?

La respuesta es muy simple. Porque hasta hoy no estaba listo para compartir contigo mis sentires, deseos, esperanzas, etc. Han pasado nueve años de tu vida, nueve años en los que hemos compartido muchas cosas. Nueve años en los que hemos descubierto tantas y tantas experiencias juntos.

Hace nueve años llegaste al mundo, un 12 de enero precisamente. Debo decirte que tu llegada era esperada con ansias. Cuando tu mamá me dijo que estábamos embarazados por cuarta vez, nunca esperamos que sucedieran tantas cosas. Primeramente porque cuando fuimos a tu primero ultrasonido nos sorprendió el ver que había dos saquitos de gestación ahí. Después de tres embarazos previos, créeme que ya sabía distinguirlos.  Luego de un tiempo ya solo había uno. Nunca supimos la razón de eso, sólo que ahora entendíamos cuán especial eres.

Tu nacimiento fue hasta cierto punto caótico. Tu mamá se puso muy nerviosa el día que tenías que salir a este mundo y fue necesario dormirla totalmente. Te recibí en mis brazos en la misma sala de operación, al igual que a tus hermanas. Pero debido a que venías un poco prematuro, te llevaron a la sala de incubadoras, donde estuviste un tiempito. Recuerdo que mi vista se alegraba tan solo de verte ahí, tan pequeñito, tan frágil, acostadito en la incubadora. Mis ojos se llenaban de lágrimas de ternura. ¡Imagínate! ¡Mi primer varoncito! Decidimos nombrarte Rafael, porque a tu mamá le gustaba ese nombre, y Netzahualcóyotl en honor a dos personajes muy importantes: el Jefe del Imperio Texcocano, Netzahualcóyotl, el coyote hambriento, y en segundo en honor de mi querido tío abuelo, quien curiosamente se llama Netzahualcóyotl Rafael. Por esa razón llevas esos dos nombres. En mi fuero interno soñaba que tu tone, el coyote hambriento te guiara los pasos en tu camino de la vida. Creo que no me equivoqué en eso.

Cuando te bautizamos mucha gente me preguntaba "¿Y por qué ese nombre tan feo?" Y yo les respondía: "Para ver quien es el tarugo que pregunta."

Tu primer año de vida fue algo excepcional. Llegaste a iluminarnos la vida. Tu abuela (Ela, como le dicen tus hermanas y ahora tu) te recibió con el corazón henchido de gozo y de amor. Nos auxilió ese primer año en tu cuidado, pues mamá y papá trabajan. Te cuidó con amor, viendo hasta tu más mínima respiración. También fuiste muy amado por tu bisabuelo Martín, mi abuelo "Papá Tin", como le decíamos. Cuando oraba por las noches siempre decía "Y cuida también a mi amado nietecito, el más grandote."

Tus abuelos maternos, Queta y Nacho también te recibieron con mucho amor. Tu abuela se te quedaba viendo arrobada. Tu abuelo, más seco en sus expresiones casi no comentaba, pero se notaba que al cargarte experimentaba sentimientos muy fuertes.

Tus ojitos poco a poco se acostumbraron a nosotros. Cuando llegaba tu mamá del trabajo se te iluminaba la vista, y cuando yo llegaba me sonreías con tu hermosa boquita. ¡Ay, hijo! ¡Qué hermosos recuerdos!

Hoy escribo estas líneas porque no quiero que esos recuerdos queden solamente en mi interior. Aquí te escribiré lo que pasaste, pasamos y lo que estará pasando cada día. Me tomaré el tiempo para plasmar el pasado, hasta llegar al día actual.

Pase lo que pase, hijo mío, quiero que recuerdes una cosa. Tu padre te ama, por sobre todo. Eres la luz de mis ojos. Eres y serás siempre "mi chaparro hermoso", "mi Rafaelote". Te amo.

Zacatecas, Zac. a 31 de enero de 2013.

Tu padre que te ama.