viernes, 20 de febrero de 2015

Cuando sufrimos pérdidas

Hola hijo.

Ya se que casi es costumbre que cuando empiezo a escribirte estas cartas las inicie con la frase "sé que ha pasado mucho desde que escribí por última vez". La verdad hijo, espero que comprendas que llega un momento en la vida de las personas en que tenemos tantas cosas que queremos hacer que el tiempo no nos es suficiente para ello.

Mucho ha pasado desde la última carta que te escribí. La última carta tiene fecha de octubre del 2014. En esa fecha nunca pensé que fuera a pasar lo que pasó. El mes siguiente, noviembre, tu abuelo, tu "Elo" como tu le decías, se nos adelantó. Quisiera platicarte lo que sucedió para que lo entiendas. Fue un domingo, el 9 de agosto de 2014. Un día antes le hablé por teléfono a tu Elo para decirle que iría a visitarlo ese mismo día, pero por muchas causas ya no me fue posible ir. Pensaba (iluso de mí) que al día siguiente lo vería. Al día siguiente me llamó tu Ela para darme la noticia de que mi papá se nos había adelantado. Inmediatamente me fui a la casa de tu Elo para verlo con mis propios ojos. ¡No podía creerlo, hijo! ¡Si apenas un día antes lo había escuchado y habíamos bromeado por teléfono!

Efectivamente. Ahí estaba tu Elo, tendidito, como si estuviera dormido. La muerte de tu Elo fue muy rápida y sin dolor. Su corazón simplemente se detuvo. No quiero entrar en detalles de todo lo que sucedió después, solo quiero que sepas que yo en lo personal no estaba dispuesto a que lo vieras así, tendido, en su caja, sobre todo después de que la última vez que estuviste de frente a la muerte fue con Mely. Y sin embargo, al día siguiente, en la misa ahí estuviste, a mi lado mientras llevábamos su caja rumbo al altar para su funeral. Llorabas conmigo, lloramos juntos, preguntándonos que por qué se había ido. Tus lágrimas me taladraban el alma y créeme, yo mismo trataba de no llorar para ser fuerte para ti, pero no podía. Mi dolor, mi sufrimiento, mi pena no me permitían y tu me ayudabas con tus lágrimas inocentes a sacar la rabia por el hecho de que mi padre ya no estuviera conmigo. Tu, en tu inocencia, en tu ingenuidad, eras la fuerza que me permitía abrir la llave de mi dolor.

Desde ese día, no ha pasado un solo día en que tu no platiques con tu Elo. Le hablas y él te contesta. De todos nosotros, eres tu el que más cerca está de él. A veces quisiera estar en ti, y poder escucharlo, verlo, sentirlo, de la misma manera en que tu lo haces. Ojalá pudiera. El sentimiento de vacío es tan grande que no se si podré llenarlo o por lo menos dejarlo de lado. Te confieso que al principio, cuando te escuchaba hablarle y cómo te contestabas tu mismo con sus palabras, sentía tanto dolor por el recuerdo que me hacía a un lado. Hoy, cuando te escucho, no siento dolor, siento envidia hijo, porque quisiera ser yo el que lo escuchara, el que lo viera. Sí, lo sé. Sé que está aquí, con nosotros, pero por una vez quisiera verlo como lo ves tu. Te envidio, hijo mío. Envidio tu inocencia, tu candor, tu pureza.

Hoy, a casi cuatro meses de su partida, no se cómo lo habría soportado si no estuvieras conmigo y te escuchara hablar con él, o como cuando me dices que "Elo se hizo uno con la Fuerza".

Te amo, hijo. Gracias por tu fuerza.

Papá.

Febrero de 2015.